Por eso resulta muy sorprendente que, lo que no hace una superproducción cinematográfia, sí se haga en un episodio televisivo de la serie de dibujos animados Los Simpson. Me refiero a ese capítulo en el que, Bart, descubre un meteoro que puede colisionar con la Tierra y llama al observatorio de Springfield para confirmar su descubrimiento, dando sus coordenadas. No sólo se trata del procedimiento usual entre los aficionados, sino que emplea la jerga correcta para facilitar la posición del cuerpo celeste. Al principio, mientras el meteoro avanza por la atmósfera terrestre resistiéndose a su fricción, el pánico cunde entre la población. Después, al contactar con la densa polución de la ciudad y terminar desintegrándose en pequeños fragmentos, vuelve la calma. Uno de ellos cae, suavemente, al suelo, junto a Bart. El crío recoge el meteorito y lo guarda en su mochila. Está frío. Es perfecta y simpsonera divulgación científica. De hecho, en algunas revistas de astronomía pusieron este capítulo como modelo educativo a seguir. “La clase de ciencia no debe terminar en tragedia”, de nuevo Bart dixit.
Aunque en el capítulo no lo cuentan, conviene recordar que de las muchas rocas que viajan por el Sistema Solar, algunas son atraídas por el campo gravitatorio terrestre. Se las conocen como meteoroides. Si logran penetrar en nuestra atmósfera, debido a la fricción con el aire, se calientan y entonces decimos que son estrellas fugaces. De modo que una estrella fugaz, ni es una estrella, ni es un pequeño cometa. Si debido a ese alto calentamiento llegan a encenderse, se convierten en meteoros. Y si terminan impactando con el suelo, entonces, son meteoritos, de los que algunos pueden llegar suavemente y sin arder. Como el de Bart.
Escrito por Carlos Roque Sánchez([email protected])
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